Síguenos en:
Inicio noticias

IMAGEN

Cuando el verano devora nuestros montes

España ha ardido este verano. Las llamas la han devorado y las cifras son apocalípticas. La devastadora ola de incendios de 2025 ha calcinado casi 400.000 hectáreas, convirtiendo este año en uno de los más destructivos de la historia del país.

Vemos sobrecogidos las noticias, horrorizados con las imágenes que muestran nuestros campos devorados por las llamas.

La superficie forestal quemada en España ya es la segunda más extensa de la última década, con más de 150.000 hectáreas quemadas. La cifra no sólo supera ampliamente la media de las dos últimas décadas hasta esta época del año, 53.000 hectáreas, sino que duplica la superficie media calcinada durante un año entero (79.000 hectáreas).

Las provincias más afectadas durante los incendios del mes de agosto han sido Zamora (40.000 hectáreas), Orense (30.000 ha), León (7.500 ha), Cáceres (5.500 ha), Madrid (2.300), Palencia (1.800 ha) y Badajoz (1.000 ha). Otras provincias con más de 500 hectáreas calcinadas son Pontevedra, La Coruña, Ávila, Cádiz y Navarra.

Lejos de buscar polémica, leyendo los datos, quiero lanzar un grito al cielo. Porque si hay un elemento natural devastador y cruel matando, que arrasa todo lo que encuentra, ese es el fuego.

Las personas de campo siempre me han enseñado que los incendios forestales se empiezan a apagar en invierno. Quizá en el Ministerio de Medio Ambiente, no hayan escuchado nunca esa frase. La cruda realidad en torno a los incendios forestales es que la mayoría de ellos son efecto de la mano del hombre, bien sea de manera intencionada o bien fruto de una actuación negligente e irresponsable.

La realidad del trabajo en torno a los incendios forestales debe centrarse en la prevención de estos, pues siempre es mejor que tener que actuar una vez provocado el fuego.

Es en invierno cuando hay que desbrozar el monte, limpiarlo de leña seca, como toda la vida se ha hecho. Esa leña seca y esa broza que después hace que, en los meses donde las temperaturas son más altas, las llamas se desplacen a una velocidad de vértigo, haciendo más difícil que se extinga.

También valorando y fomentando las actividades tradicionales ligadas al monte, como la ganadería y la agricultura extensivas, el aprovechamiento del monte y la caza, se mantendrían los bosques limpios y, por consiguiente, menos expuestos al fuego.

Los cortafuegos, tan importantes, como la medida que deben tener: dos veces y media la altura dominante de los árboles y al menos quince metros cuando se realicen en el interior de zonas arboladas. Diez metros cuando se realicen en zonas de vegetación arbustiva o de matorral que circunden las zonas a proteger.

¿Y por qué llegado septiembre se da por finalizado el trabajo de los brigadistas y se les pone "en la calle"?

El grueso de las plantillas es contratado en junio y despedidas en septiembre, muchas a través de empresas privadas o semipúblicas. Si, esas personas que durante el verano se dejan la vida luchando contra las llamas, su trabajo no debería ser solo los meses de verano, si no los 12 meses el año.

De esta forma, aparte de crear un número importante de empleos estables, no como hasta ahora, se generaría un beneficio en la conservación y en la producción de nuestros montes más que considerable y ayudaría a fijar la población en los entornos rurales.

¿Cuántas hectáreas más tienen que arder? ¿Cuánta vida tiene que morir más devastada por las llamas? ¿Cuántos pueblos arrasará el fuego el próximo verano?

Por favor, estamos hartos de echarnos las manos a la cabeza.