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La berrea del ciervo y la ronca del gamo: sinfonía de otoño

Cuando la estación estival se va diluyendo y la luz del día comienza a encogerse, el monte despierta con un clamor ancestral. Los árboles se visten de tonos ocres, el aire se vuelve más nítido y, en la penumbra de la dehesa, resuenan las voces de la vida.
Es entonces cuando se alzan los ecos de la berrea del ciervo y la ronca del gamo, dos rituales que nos hablan del tiempo, de la fuerza y de la magia de la naturaleza.

Este año en el que las altas temperaturas se niegan a descender y la lluvia no termina de hacer acto de presencia, el espectáculo de la berrea se está haciendo esperar.

La berrea del ciervo: latido profundo del bosque

El ciervo rompe el silencio con un bramido que estremece el corazón del hombre. Su voz grave retumba entre sierras y valles, como si la tierra misma hablara.
En la niebla de la mañana o bajo la luna creciente, los machos se retan en combates de astas, entrechocando su destino en una danza de poder. La berrea es un rito de fuego y fuerza, donde cada rugido abre una grieta en el aire y proclama la soberanía del vencedor.

La ronca del gamo: el arte de la elegancia

El gamo, más sutil, no necesita del estruendo para hacerse notar. Su llamada es ronca, breve, un resuello que anuncia su presencia. En claros de la dehesa, los machos trazan círculos, marcan su territorio y esperan.
Allí, en su “albero”, la naturaleza se convierte en teatro. No es la violencia la que reina, sino la persistencia, la constancia, la demostración serena de fuerza y resistencia. Su cortejo es un poema en movimiento, un pulso de vida menos estridente, pero no menos profundo.

El legado de los montes

La berrea y la ronca son mucho más que un rito animal: son la banda sonora de nuestros montes, una herencia que se escucha desde tiempos ancestrales. En ellas, el ser humano se reconoce pequeño, testigo privilegiado de una obra que se representa año tras año sin necesidad de aplausos.

Acudir al campo en esta época del año es asistir a una ceremonia que nos recuerda que, incluso en nuestra vida moderna, seguimos unidos al latido secreto de la naturaleza.
Porque allí, en el rumor de las encinas y el susurro de los ríos, los ciervos y gamos continúan escribiendo la misma historia que comenzó mucho antes que nosotros, y que seguirá resonando cuando ya no estemos.